domingo, 12 de octubre de 2008

Juan Sarabia "Chano Lobato"



Juan Sarabia, “Chano Lobato”[1]

Juan Sarabia, “Chano Lobato”, es un maestro de los cantes de Cádiz y un privilegio de la gracia y del compás. En las cantiñas, en las ale­grías, en las bulerías y en los tanguillos, difícilmente encuentra competencia. Pero cuando se lo propone y el momento lo exige, puede hacer memorables tonás, secas de adornos, seguiriyas de ejemplar sobriedad, soleares de distinto cuño, bulerías por soleá con tercios de la caña y con compases de la olvidada "giliana".

Chano Lobato, con su voz tensa e intensamente flamenca, hace todo eso con grandeza y con "jondura": es mucho más que un genio de los cantes festeros; es -alguien más lo ha procla­mado- "un sabio del cante". Sabe concentrar la jondura, el compás, el genio y la gracia, y congrega la savia del clasi­cismo con el aroma de la renovación. Sus cantes son "jondos" hasta en la "chuflillas" y livianos hasta en la "soleá".

Lo que para otros constituye una irreconcilia­ble disyuntiva, él lo funde en una armónica unidad. Condensa la amplia gama de la sensibilidad gitana con el señorío majes­tuoso del sentido popular andaluz. Evidencia la riqueza fecun­dadora del alma gitana.

Entre los últimos galardones que le han otorgado, hemos de destacar el Premio Ondas y la Palma de Plata de Algeciras. Varias composiciones suyas aparecen en el disco colectivo 10 años de pasión, en el que se recogen las principales intervenciones en el festival francés de Mont Marsan.




[1] Nació en Cádiz, en el popular barrio de Santa María, el mismo año que en Sevilla se reunían los poetas que han hecho famoso el número 27. En su tierra natal comenzó pasando las "hambres" de rigor y aguantando el levante y la guasa de los malos aficionados. Gaditano hasta los tuétanos y flamenco desde la cuna, se inició visitando los tablaos de su ciudad natal, principalmente en la Venta La Palma, junto a Aurelio Sellé, Servando Roa y Antonio El Herrero. Se trasladó a Madrid para cantar en reuniones, fiestas y tablaos flamencos para luego entrar a formar parte del ballet de Alejandro Vega, experiencia que duró varios años. Su trayectoria artística prosiguió en el Pasaje de El Duque de Sevilla, en 1952, siempre cantando para bailaores. Al año siguiente fue premiado en el gaditano concurso por alegrías. Regresó a los tablaos madrileños, El Duende y El Arco de Cuchilleros, y posteriormente actuó en París, Roma y Londres participando en el espectáculo de Manuela Vargas. A continuación estuvo casi 20 años en el Ballet de Antonio y actuando por los cinco continentes junto a Manuel Morao, El Serna y otros destacados artistas. De nuevo en Sevilla, es elegido para participar en el espectáculo de la bailaora Matilde Coral. En 1974 obtiene el premio Enrique El Mellizo en el Concurso Nacional de Córdoba, lo que le supone el reconocimiento de todo el estamento flamenco. También participó con gran éxito en la Cumbre Flamenca de Madrid. La tertulia flamenca El Gallo, de Morón de La Frontera, le tributó un homenaje en 1986, imponiéndole si insignia de oro. Este mismo año consigue el Premio Compás del Cante. Ha recibido la Medalla de Plata de Andalucía, por toda una vida dedicada al Arte Flamenco, y también posee el Premio Lucas López de la Peña Flamenca El Taranto de Almería.


Sebastián Hernández Guerrero



Sebastián Hernández Guerrero

Desde aquel día en el que, a sus trece años, observó la expresión de un anciano a través del visor de una cámara fotográfica, Sebastián advirtió que su mirada limpia, respetuosa y cariñosa, no sólo descubría dimensiones nuevas a los objetos, sino que, también, confería belleza, vigor y, a veces, vida a las realidades que, al resto de los mortales, nos parecían anodinas.

Desde ese momento auroral sintió que era fotógrafo: que, gracias a la singular capacidad de su mirada, podía detener el movimiento, conservar los gestos y eternizar los momentos. Descubrió que el mundo y la vida se explicaban por los permanentes y por los cambiantes contrastes de las luces y de las sombras, por el juego polícromo de las luchas y de los quehaceres cotidianos. Comprendió por qué, desde su más tierna infancia, respiraba con especial intensidad los aires transparentes de los amaneceres y por qué disfrutaba con singular placer con los tonos suaves de los crepúsculos.
Desde entonces, se dedicó a observar -con su mirada limpia, atenta, respetuosa y cariñosa- detalles nimios para leer los mensajes que encerraban en el fondo íntimo de sus entrañas. Porque él está convencido de que “todas las cosas tienen entrañas y almas, todas hablan y lloran, todas se alegran y te agradecen que te fijes en ellas”. Por eso, gasta las horas y las horas en, simplemente, mirar. Bueno... en mirar, en conversar y, sobre todo, en escuchar. Y es que, en el fondo, todos los seres son agradecidos. “¿No te has dado cuenta -me pregunta- que, cuando una brizna de hierba, un perro vagabundo, un anciano abandonado o un niño caprichoso comprueban que te fijas en ellos, te responden con una cómplice y agradecida sonrisa?”
Sebastián guarda, en el archivo íntimo de su memoria, una nutrida colección de imágenes en blanco y en negro, con las que, ensimismado, alimenta sus dilatados momentos de agradecida meditación.
Cuando, con paso seguro, transita por el borde del Campo del Sur o del Paseo Marítimo, repasa con atención una a una las páginas amarillentas del álbum que reúne esas sucesivas instantáneas que, a lo largo de medio siglo, ha ido repitiendo de los rincones, de los episodios y de los personajes gaditanos. Con cámara o sin ella, sigue interpretando mensajes inéditos de los mismos paisajes y captando sorprendentes expresiones de rostros familiares anteriormente retratados.

Joaquín Sierra "Quino"



Joaquín Sierra, “Quino”[1]

Joaquín Sierra

Joaquín Sierra -“Quino”- ha sido uno de los productos más valiosos de la fecunda cantera bética y uno de los delanteros centros de mayor calidad técnica del fútbol español. Creo que su peculiaridad deportiva estribaba en su singular capacidad para sintetizar, en una armoniosa y equilibrada unidad, un conjunto amplio de cualidades futbolísticas, profesionales y humanas diversas que, hasta cierto punto, eran opuestas. Poseía un variado repertorio técnico, una intensa voluntad competitiva y una profunda sensibilidad social.
En la cancha, además de su acusada personalidad para dirigir a sus compañeros y para hacer funcionar el equipo -aplicando siempre las estrategias diseñadas por los entrenadores en la pizarra- poseía una clara visión del juego, un fácil regate, una considerable facilidad de desmarque, una exquisita habilidad para jugar sin balón, una extraña desenvoltura para moverse en el área, una singular pericia para ejecutar las faltas, una secreta maña para engañar al contrario y una esmerada maestría en los controles del esférico. Aunque no estaba exento de fuerza, prefería, más que disparar cañonazos que rompieran la red, lanzar los tiros con tal colocación que limpiaran de telarañas los ángulos de la portería. Todas estas dotes se condensaban en la fórmula con la que los críticos más agudos solían caracterizarlo: era un futbolista con talento.
En mi opinión, su fútbol elegante e, incluso, su instinto goleador, se deben a su manera de concebir el fútbol siguiendo las reglas básicas del toreo puro: sabía parar, templar, mandar y, en su momento oportuno, cargar la suerte. Pero, a pesar de esta dimensión taurina, su fútbol se caracterizaba paradójicamente, por un sentido finamente poético y, en consecuencia, llamaban la atención, más que por la exuberancia de sus quiebros, por la sobriedad de sus jugadas clásicas, por sus pases hondos y por sus driblings medidos. Los espectadores -igual que él- no sólo disfrutábamos con su inspiración y con su pellizco, sino también con su dominio para mantener la cordura y la autenticidad del espectáculo, sin caer ingenuamente en el exceso de retórica o en la frivolidad de la ineficaz floritura.
En el vestuario, constituía un componente aglutinante y, al mismo tiempo, un factor revulsivo: facilitaba la unión del grupo humano y estimulaba el cumplimiento de los compromisos, la reivindicación de los derechos y el respeto a los pactos. Pero, sobre todo, logró despertar en los futbolistas la conciencia de su dignidad como personas, de sus exigencias profesionales y de sus derechos humanos. Colocado siempre en la acera de los más débiles, nos llamó la atención, de una manera especial, su frialdad, su firmeza y su mesura a la hora de resolver situaciones dramáticas. Lamentamos, sin embargo, que este caudal de conocimientos, de valores y de destrezas, no los haya puesto al servicio de las sucesivas generaciones de deportistas que tanto hubieran aprendido de su magisterio. Estamos seguros de que sus ideas, su control emocional, su brillante fantasía, su intensa reciedumbre, su discreta mesura y su firmeza innegociable, hubieran supuesto una ayuda impagable para las nuevas generaciones de futbolistas, para los directivos e, incluso, para los informadores.

[1] Nació en Sevilla, jugó el Betis y en el Valencia antes de recalar en el Cádiz. En 1976 Manuel De Diego, en su intento de hacer un equipo competitivo para lograr el ascenso a Primera, llega a un acuerdo con el club ché para incorporar al delantero. Quino pasa a ser el futbolista mejor pagado del Cádiz y se encuentra con jugadores de contrastada calidad como Carvallo, Ibáñez, Villalba, Botubot o Mané. Sin embargo, el esfuerzo mereció la pena, puesto que a final de temporada se logró el objetivo de conseguir una plaza en Primera. Quinó terminó el año con 16 goles, como máximo realizador amarillo junto a Ibáñez. Extraordinario ariete, magnífico rematador de cabeza y con un gran disparo, el sevillano abandonaría la disciplina amarilla en 1978.

Mateo Silva Romero



Mateo Silva Romero

Las actitudes y los comportamientos de Mateo Silva constituyen la ilustración y la prueba de que las paradojas evangélicas no son unos meros ejercicios retóricos sino que, además, nos proprocionan unas fórmulas eficaces para ayudarnos a encontrar el bienestar personal, la concordia familiar y la armonía social. Su modestia, su sencillez y su llaneza demuestran el atractivo y la validez de unos valores fundamentales que, en la actualidad, pasan desapercibidos y, a veces, desdeñados, pero que, a la larga, son reconocidos por casi todos. Por eso sus aspiraciones siempre se ven colmadas y las expectativas de los que solicitan su apoyo nunca son defraudas.

Mateo es un hombre servicial que presta su ayuda sin reclamar elogios y sin, ni siquiera, esperar gratitud; ha optado, de manera consciente, por ser levadura oculta en la masa y, en consecuencia, ha renunciado, explícitamente, a todos los signos que expresen afán de exhibicionismo y alardes de poder. Es un acompañante que, sin necesidad de poseer abundantes medios materiales, acude a todos los que requieren su colaboración: su clave reside en que da más de lo que él espera recibir.

Si su vida es sencilla, su discurso pastoral es claro. La claridad de sus mensajes estriba en que, previamente, los medita y los vive. En sus homilías, sobrias y escuetas, nos desvela el rostro y las pisadas de Jesús; nos traza el apasionante proyecto de vida dibujado en las bienaventuranzas y nos estimula para que nos decidamos a descubrir la riqueza del amor, las ganancias de la generosidad y los tesoros de la cruz. Administra el perdón y celebra la eucaristía.

Y es que, como él repite insistentemente, la dificultad del Evangelio no reside en su comprensión sino en su práctica. Por eso, le llama la atención que algunos, empujados por un afán de cientifismo y por la pretensión de proporcionar rigor a las enseñanzas evangélicas, las enreden empleando fórmulas complicadas y palabras raras. “Las palabras de Jesús -afirma- son fáciles de entender para todos los que acuden a él con un corazón limpio y generoso; la fe no es el resultado de una erudición intelectual sino un regalo, una gracia que se concede a los que poseen las entrañas de los pobres y de los humildes”.

Mateo Silva, hombre realista, cordial, atento, servicial, paciente y esperanzado, está permanentemente abierto al diálogo, a la comprensión y a la solidaridad fraterna. Gracias al esfuerzo continuado, a su crecimiento humano y a esa sabiduría que ha ido acumulando a lo largo de su abnegada y dilatada actividad pastoral, en la actualidad, está en posesión de una fina perspicacia y de una lúcida serenidad que le permiten descubrir el sentido trascendente de los sucesos cotidianos y el significado profundo de las cosas menudas. Asume sus responsabilidades sin desvanecerse por las dificultades, y, venciendo las limitaciones físicas, gracias a su madurez humana, desarrolla las diferentes tareas encomendadas con el sosiego de quien está plenamente convencido de que es un simple instrumento. Reconciliado con el pasado, Mateo Silva asume el presente y está abierto de par en par al futuro.

Rafael Soto Vergés



Rafael Soto Vergés[1]

“Ahora, que ya estoy jubilado -me decía en nuestra última entrevista-, regresaré, como vuelven los elefantes al lugar de su nacimiento, a mi Cádiz, y, aquí, en el Campo del Sur, seguiré meditando, latiendo y conversando sobre los temas esenciales que me planteé cuando aún estudiaba en el Colegio de la Viña; seguiré reflexionando sobre aquellas cuestiones que, desde niño, constituyeron el objeto de mis permanentes y agudas preocupaciones. Durante toda mi vida, más que responder, he dirigido preguntas a Dios, a mi padre, a mis amigos y, sobre todo, a mí mismo”.

Este fragmento de una de nuestras dilatadas conversaciones mantenidas cuando, de repente, él había saltado de la juventud a la senectud, puede servir de ilustración de una de las claves que explican su afanosa vida y su trabada obra literaria. Cuando terminó sus estudios de Ciencias Empresariales, decidió trasladarse a Madrid, impulsado, no por la ilusión de proyectar su figura, sino por la esperanza de ahondar en los enigmas de la existencia; partió empujado por la voluntad de sondear las entrañas más secretas de las cosas sencillas, la médula de los valores domésticos más humanos y los términos de los problemas religiosos, en el más ancho sentido de esta palabra. Desde entonces, él pretendía indagar, por ejemplo, en la íntima sustancia de la fugacidad de la vida, de la muerte o de la tristeza.


Podemos afirmar que, a pesar de la profundidad y de la densidad del simbolismo de su poesía, toda su corta obra está hondamente arraigada en la dura experiencia personal e íntimamente amasada en su permanente monólogo interior. No podemos definir su obra, sin sondear en su personal concepción poética y, sobre todo, sin acercarnos al talante de este peculiar sujeto poético.

Su vida ha sido una rigurosa lección de muchas cosas; nos ha enseñado, sobre todo, que la introspección es una senda inevitable para descubrir la verdad que se encierra en el fondo de las tinieblas. Por eso, él -que prefería las sombras del ocaso a las agresivas luces del alba, y buscaba la oscuridad de la noche, donde todo reposa- eligió la poesía como una forma de liberarse a través del conocimiento y como el camino más directo, rico, vital, libre e intuitivo para desenmascarar los trucos de las modas literarias, para penetrar en el fondo de la autoconciencia y para adueñarse de los misterios de nuestra existencia.






Rafael Soto Vergés, uno de los poetas gaditanos más importantes, ha sido un hombre profundamente bueno, honesto y coherente que, con su triste tono esperanzado y con su estilo tamizado, nos ha demostrado que la modestia es la virtud de los hombres que saben de verdad. Ha vivido y ha muerto discretamente, como los caballeros andantes y como los santos ermitaños.
[1] Nació en Cádiz en 1936 y falleció en Madrid el año 2004) Consiguió el premio Adonais en 1958 por La agorera. Otras obras de este autor gaditano son Epopeya sin héroe (1967), Rimado bajo el piélago (1993) y Pasto en llamas (1999). Según Luis García Jambrina, Rafael Soto Vergés es uno de los autores fundamentales de la llamada «Promoción poética de los 60» . Pero el hecho de que publicara su primer libro en 1959 hizo que Antonio Hernández lo considerara, en su día, miembro de la promoción de los 50 ; por otra parte, su obra había figurado ya en la antología de la revista Cuadernos de Ágora (1959) , así como en la célebre de Batlló (1968) , al lado de los miembros más destacados de esta última promoción. Sin embargo, su poesía se encuentra bien lejos de cualquier realismo crítico, y poco tiene que ver con la poesía de la experiencia e incluso con la del conocimiento tal y como la conciben la mayor parte de los poetas de los cincuenta . En este sentido, es preciso recordar aquí sus ideas en torno a lo que nuestro autor –que, además de gran poeta, era un excelente crítico de arte y literatura – define como «ostracismo activo, esto es, una fuerte actividad psicológica interior, vertida en el sondeo del subconsciente y de las formas pararreligiosas de comunicación con la existencia, [que] me hacían buscar "alguna realidad más profunda y más cierta" que la que el mundo me mostraba». Campo de Agramante nº 5 , Otoño 2005

José Luis Tejada




José Luis Tejada[1]

Aunque el poeta, crítico y profesor, José Luis Tejada, confesara en ocasiones que su patria era el universo entero, su territorio vital y poético propio fue la Bahía gaditana y, más concretamente, El Puerto de Santa María: la tierra, el cielo y el mar de su nacimiento -el cuatro de agosto de 1927-, de su intensa vida -durante sesenta años- y de su muerte -en 1988-. Vio por primera vez esta luz en un año de efemérides literarias y de intensa actividad poética, en una de las encrucijadas geográficas e históricas más propicias para el juego de la imaginación, para el recreo de los sentidos, para la contemplación del mar y del cielo, para la meditación, para la creación y para la lectura de la poesía.

Este pueblo y puerto, tierra fecunda en la que germinan sus palabras, constituye una de las claves que determinan y explican el estilo peculiar de su poesía: sus contenidos vitales, sus imágenes sensuales y sus expresiones coloristas y populares. Otra de las claves del carácter lúdico y sentimental de su poesía fue su condición de "niño chico de la casa" en la que sus dos hermanas mayores sustituían a la madre. Este ambiente de cariño y de protección hizo que, a lo largo de toda su vida, fuera ese niño soñador y juguetón, con nostalgia de aquel paraíso mítico que nunca llegó a perder del todo.




José Luis Tejada miraba el mundo desde la estatura del niño, reaccionaba con permanente sorpresa, con limpia ingenuidad y con abierta franqueza. Con su palabra nos descubre el sentido original de las cosas que él convierte en juguetes elementales. Tejada, con abierta complacencia y con patente temor, nos ha dejado su poesía "sólo latido entre el aire y el mar" que nos enriquece descubriéndonos dimensiones inéditas. No sabemos si su vida fue la historia de un niño que se fue metamorfoseando en poeta o la de un poeta que se transformaba en niño. Por eso para él la poesía –la vida- es un juego apasionante que debe ser bien jugado y hondamente disfrutado.

La cantidad y la calidad de la producción poética de José Luis Tejada merecen que le prestemos mayor atención, sus poemas reclaman el análisis de los historiadores, la valoración de los críticos y la lectura de todos. Los juicios de los especialistas serán diferentes según sean sus perspectivas históricas, sus criterios valorativos y sus concepciones estéticas, pero no debemos admitir que se ignore su existencia. La intensidad expresiva y la fuerza testimonial de su poesía cuyos ecos siguen resonando en nuestras conciencias, convierten la obra del poeta portuense en un episodio imborrable de nuestra historia literaria.

Si su vida fue digna de respeto y de admiración por su radical honestidad, por su total independencia, por su ilimitada curiosidad intelectual, por su exquisita cortesía y por su compromiso activo con los valores morales, su obra literaria constituye un objeto interesante para el análisis interpretativo y para la valoración estética.



[1] José Luis Tejada, perteneciente a la Generación del Medio Siglo o Generación del 50-60, 1927: Nace el 4 de agosto en El Puerto de Santa María, fue un autor precoz aunque de muy tardía publicación, se da la circunstancia que mucho antes de que publicara su primer libro ya figuraba en varias antologías. De 1965 a 1970, estudia en la Universidad de Sevilla y termina la licenciatura con un trabajo de investigación sobre Marinero en tierra , de Rafael Alberti. Publicó sus poemas en diferentes revistas de su entorno. Editó ocho poemarios en forma de libro; últimamente se han publicado dos recopilaciones de poemas: "Cuidemos este son" (Poesia flamenca) y "Lagar Fecundo" (Traducido al ingles, sobre el vino); y está inédita parte de su poesía. Falleció en en Cádiz el 11 de mayo de 1988.

Cristina Tejera





Cristina, para sentirse feliz y para estar contenta, no necesita de los escaparates ni de las vitrinas. Para estar bien consigo misma, prefiere saborear los alicientes de las experiencias íntimas y concentrarse en las tareas interiores de su espíritu, en los quehaceres familiares y en las faenas de su hogar. Está convencida de que las acciones nobles, las actividades dignas, los asuntos importantes y los trabajos valiosos, no se miden por el volumen de las exclamaciones con las que se proclaman: no requieren los amplificadores de la propaganda, ni las cajas de resonancia de la publicidad.

Ella, que es discreta y juiciosa, prefiere alojarse en la calma de las prácticas habituales y en el fondo de esas experiencias cotidianas que nutren su espíritu. A ella -que es cuidadosa y minuciosa- los pormenores de la existencia humana le llenan, mucho más que los acontecimientos extraordinarios; más que los actos solemnes, le satisfacen las reuniones familiares. Disfruta, sobre todo, con esas ocupaciones humildes que, para otros, son rutinarias y aburridas: le gustan, por ejemplo, limpiar el pescado, barrer y hacer punto. Y es que tengo la impresión de que carece de las vanidades -tonteras y pamplinas, dice ella- que son tan normales en la mayoría de los seres humanos. No concibe la vida como un espectáculo y, por eso, rehuye la exhibición y rechaza los aspavientos; antepone las pequeñas alegrías de la vida cotidiana a las grandes emociones de los acontecimientos importantes.

Pero, aunque de manera apacible y serena, construye su vida por dentro, no es una mujer ensimismada sino que, por el contrario, está más atenta a los demás que a ella misma. Algunos tienen la impresión de que está algo despistada, pero ella, discreta y reflexiva, observa detalladamente la realidad que le rodea y está pendiente de cada palabra, de cada gesto y de cada expresión, para responder sólo en el momento oportuno y en la ocasión propicia. Controla con habilidad sus reacciones y administra con destreza sus opiniones. Es especialmente sensible a los síntomas que delatan una preocupación y a las señales que descubren un sufrimiento.

Paciente, esperanzada, tolerante y compresiva, tiene plenamente en cuenta las asperezas del mundo pero, apoyada en el caudal de conocimientos prácticos que ha ido sedimentando a lo largo de su vida, mira los cambios con tranquilidad, sin permitir que la ahoguen la ansiedad, la impaciencia o la nostalgia. En las conversaciones Cristina -que nunca alardea ni se queja- nos inspira una sensación de paz, de alivio y de aplomo.

Con la ingenuidad aparente de sus afirmaciones y con el control real de sus emociones, con sus silencios, con sus pausas y con sus palabras -emitidas siempre en un tono confidencial- crea un confortable clima de cordialidad que facilita la comunicación, el entendimiento y la amistad. Esta mujer buena, sencilla y cariñosa, busca más la serenidad de las profundidades que los vértigos de las alturas.