sábado, 31 de mayo de 2008

Francisco Vallejo Acosta[1]

Aprovechamos la oportunidad que nos brinda la despedida de don Francisco Vallejo Acosta para expresarle nuestra sincera gratitud y nuestros profundos sentimientos de respeto y de admiración por sus actitudes sacerdotales y por sus coherentes comportamientos como creyente.

El padre Vallejo, a lo largo de su dilatada e intensa actividad pastoral, desarrollada en nuestra Capital durante cerca de medio siglo, ha sido un modelo ejemplar de pastor, por su talante amable, por su disposición servicial y por su eficaz gestión parroquial.

Su vida sencilla ha llenado el espacio y el tiempo de nuestra Iglesia gaditana. Nos ha llamado la atención cómo de forma modesta e intensamente vital, ha sabido generar un cálido ambiente familiar, un confortable clima fraternal y una densa atmósfera cordial en los diferentes cargos pastorales: en las parroquias de San Lorenzo, Santo Tomás, San Severiano y San José.


Le agradecemos especialmente la manera generosa de sacrificar su vida privada y familiar, y su forma elegante de entregar todas sus energías a la noble tarea de instituir una comunidad de creyentes.

Sensato y razonable, intenso y disponible, generoso hasta la prodigalidad, el padre Vallejo no pertenece a esa estirpe de presbíteros estirados, distantes, paternalistas, engolados y autoritarios que, subidos en pedestales de escayola, hablan "ex catedra" y lanzan anatemas.

Su estilo tampoco es el de los clérigos iluminados, visionarios, vehementes, sufridores e hirientes que, encaramados en tribunas políticas, en medio de las plazas o en pleno desierto, denuncian injusticias y anuncian desgracias, catástrofes y calamidades. Pero estamos seguros de que su voz desnuda, simple y escueta, ha serenado muchas conciencias y ha apaciguado muchas almas.

El padre Vallejo es constante, sincero, laborioso, estricto, sobrio, austero, lacónico, escueto y lineal, y ha sabido concentrar en su entrañable y menuda figura la esencia humana, la intensidad cristiana y la densidad sacerdotal: ha optado por la calidad en vez de obsesionarse por la cantidad.

El padre Vallejo es un hombre de calibre, inteligente y reflexivo, ha enfatizado las pequeñas cosas importantes y ha intensificado las vivencias fundamentales de la existencia humana: ha vivido con plenitud los momentos vitales de su rica trayectoria sacerdotal.


Cercano y cordial, se ha empeñado, más que en salvar a la humanidad o redimir el mundo, en ayudar a sus hermanos: se ha esforzado por comprender a los hombres, por aceptar sus limitaciones y por acoger uno a uno a los "próximos".

Con sus palabras discretas, con sus oraciones sencillas y con su testimonio modesto, ha congregado a los feligreses por encima de edades, de niveles culturales y de situaciones económicas, y ha transmitido un mensaje nítido de fe, concebida como la generosa aceptación de los valores evangélicos; ha explicado un discurso de esperanza, apoyado en la confianza en Jesús de Nazaret y, sobre todo, ha dictado una lección de amor, vivido como comunión con la Iglesia, como amistad cordial con los sacerdotes, como servicio ministerial a los feligreses y como ayuda generosa a los más débiles.

Estamos convencidos de que, debido a que está dotado de una inteligencia clara y a que siempre ha cultivado una intensa vida de oración, carece de pretensiones de vacías dignidades. Por eso no ha necesitado de las poses estiradas ni de las actitudes ceremoniosas. Al padre Vallejo le sobran las escenografías y los escondrijos, los camuflajes y los disimulos. En su predicación siempre ha sido transparente y directo, sencillo y claro. El único misterio que encierra y muestra a quien lo quiera conocer es el del amor, el del respeto y el de la generosidad: el de Cristo.

Nos sentimos honrados por haberlo conocido y le agradecemos sus desvelos y su entrega a los fieles. En estos momentos de despedida estamos orgullosos por haber compartido con él las peripecias, los afanes, las tareas, los caminos y los propósitos de nuestra propia existencia. Recibimos con respeto y con gratitud su mensaje de sencillez, de austeridad y de modestia.


Ajeno a las modas imperantes, y atento a los signos de los tiempos, el padre Vallejo ha sido y seguirá siendo un don impagable porque es, fundamentalmente, además de un hombre bueno, un sacerdote cristiano en el más hondo sentido de estas palabras. Sus fuertes convicciones cristianas, su lucidez implacable y la seguridad que proporciona su profunda fe en Jesús y en su mensaje evangélico, demuestran que es un buen sacerdote. Ya sabemos que, inmerso en la vida cotidiana, Cristo es su tema; su fuente de inspiración son los evangelios y el sentido último de todas sus actividades, el amor como instrumento para transformar el mundo.

Tras su marcha de puntillas de esta parroquia de San José nos dicta la lección de una vida sencilla y austera, y la imagen alegre de quien camina sin dejar cuentas pendientes. Siempre lo seguiremos considerando como un testigo de los valores morales y de las referencias espirituales, como un personaje familiar de nuestro paisaje gaditano y como uno de los más distinguidos miembros del presbiterio de la Diócesis de Cádiz.

[1] Falleció el martes cinco de septiembre de 2006, tras soportar una larga enfermedad que, progresivamente, le fue disminuyendo sus facultades físicas y mentales. Nació en San Fernando el dos de enero de 1928, estudió en el Seminario Conciliar de San Bartolomé y, tras la ordenación sacerdotal, desarrolló todas sus actividades pastorales en Cádiz. Fue coadjutor de la Parroquia de San Lorenzo, párroco de Santo Tomás, San Severiano y San José. En marzo de 1997 fue nombrado Canónigo de la Iglesia Catedral donde, sucesivamente ocupó los cargos de Penitenciario y Maestrescuelas. Durante más de veinte años fue Delegado Episcopal de Hermandades.

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