sábado, 24 de mayo de 2008

Ignacio de la Varga

Ignacio de la Varga[1]

Ignacio es un cronista de las cosas elementales y, por lo tanto, de los asuntos importantes. Es un trabajador infatigable y un servicial compañero en las tareas informativas; es un ser humano que está dotado del don de la naturalidad y de la virtud de la sencillez. Es un luchador tenaz que se defiende de los zarpazos inevitables de la adversidad, que se anima y se reanima y que, siempre está dispuesto a “comerse el mundo, aunque sea -como él dice- poquito a poco”.


Sin dejarse contaminar por el esnobismo de las élites pseudoprogres, sus comentarios son las manifestaciones directas de su llaneza congénita y de su sentido común. Se mantiene siempre próximo a las gracias y a las desgracias de la gente sencilla. Es un hombre normal, que vive los sucesos ordinarios con el ardor, con el apasionamiento y con la fuerza de los tirones de sus anhelos. Cada día, reemprende la ardua tarea de la supervivencia con un renovado coraje y, sobre todo, con una inédita nobleza.

“Contemplarlo -me decía ayer uno de sus compañeros- es contemplar nuestra propia vida y evocar unos tiempos no tan lejanos que, aunque teníamos que transitar por unos caminos que, aunque eran más trabajosos, más inciertos y más inseguros que los actuales, eran hermosos”. Ignacio nos sirve a muchos colegas de referencia, de modelo y de estímulo. Auténtico y respetuoso, cariñoso y despistado, servicial y distraído, es apreciado por todos sus compañeros y querido por todos sus amigos.

Ignacio está plenamente identificado con sus cosas y con sus gentes. Conversa con fruición sobre nuestros vientos y sobre nuestras temperaturas, sobre los olores y sobre los sabores de Cádiz; y discute con pasión sobre El Cádiz: sufría con sus derrotas de los últimos años y, en la actualidad, disfruta con sus éxitos. Inquieto y, a veces, impaciente -en la vida de cada día, en medio de la maraña de las cosas que le ocupan y le preocupan- actúa empujado por un permanente afán de superación y al ritmo intenso de los golpes de corazón. En plena madurez, conserva sus sueños juveniles y, movido por el deseo insobornable de servir a los demás, siempre está dispuesto a ayudar y a tomar partido por los más débiles.


Muestra su perplejidad ante las maneras pedantes, ante las modas afectadas y ante los comportamientos artificiosos; le incomodan las sutilezas retóricas, y suele repetir que le gusta viajar por los caminos de la autenticidad para alcanzar la verdad elemental de la vida real. Sincero y directo, es extraordinariamente sensible a los afectos y a los rencores, a las simpatías y a los desaires.

Ignacio es “inocente” en el más pleno y rico sentido de esta palabra: no posee malicia, no es capaz de hacer daño a nadie y, sobre todo, mantiene la esperanza en la bondad natural de la gente; cree en las palabras dadas y confía en las buenas intenciones de los demás.




[1] Nacido en Cádiz en 1948, estudió en el Colegio marianista de San Felipe Neri y comenzó a trabajar en Diario de Cádiz en 1975, tras pasar un breve periodo en La Hoja del Lunes. Fue corresponsal del diario As en Cádiz durante muchos años. Se prejubiló en 2005, siendo redactor jefe de cierre. Está casado y tiene cuatro hijos.

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