miércoles, 4 de junio de 2008

Pedro Valdecantos[1]

Como ocurriera con otros muchos intelectuales y profesionales de la “transición”, Pedro, nacido en Constantina (Sevilla) el 23 de Febrero de 1933, padre de seis hijos vino a Cádiz a ejercer su profesión de Catedrático en el Instituto Columela, y aquí entró en política empujado por impulsos morales: por “coherencia ética”, como entonces se decía. Creía que era un deber de conciencia y una exigencia de honradez traducir sus convicciones en hechos, plasmar sus ideas en obras y experimentar sus teorías en la práctica.

Sintió la obligación de arrimar el hombro a la tarea arriesgada, noble y compleja de crear una democracia, y no se conformó con el puesto de cualificado espectador y de privilegiado analista, como le correspondía por su condición de acreditado historiador, de profesor competente y de poeta notable.


El dilatado, empinado y zigzagueante camino que ha recorrido por los diferentes cargos públicos nos ayuda a esbozar el rico perfil espiritual de un hombre que, dotado de una vigorosa, potente y, aparentemente, contradictoria personalidad y de una cultura esmerada, siempre fue ajeno a las pacotillas solemnes, menospreció las vacuas frivolidades y desdeñó las anquilosadas prerrogativas. Como Director de Instituto, Delegado de Enseñanza y Gobernador Civil, siempre dio muestras de ser un “servidor” atento a las cambiantes demandas de la sociedad, y un interlocutor inteligente, presto para responder, de manera adecuada y rápida, a las mudables situaciones. Apasionado, polémico y crítico, es exquisitamente diplomático.

Pero nosotros -siguiendo la sugerencia de José Manuel Jareño- queremos rememorar, en estos momentos, al hombre bondadoso, observador y sencillo, al entusiasta acompañante en la más amplia dimensión de la palabra. Hemos constatado, con alivio y con exultación, que tiene un fondo de remansada delicadeza y de viva curiosidad. En él, la aristocracia del espíritu y la llaneza de trato, concurren y se armonizan en una rara simbiosis que no puede ser sólo herencia de la sangre, sino que es fruto de un permanente esfuerzo personal. Pero lo que más nos llama la atención personalmente -hemos de reconocerlo con lealtad- es su pundonor, su responsabilidad y su presteza para seguir aprendiendo y, por lo tanto, su facilidad para asimilar los cambios.


Su autodisciplina es el resultado de la fina conciencia moral con la que ha aceptado y desempeñado papeles importantes, y de su libertad para decidir sus opciones personales y sus compromisos sociales. Si su figura nos estimula es porque, más allá de su apostura física o genealógica, descubrimos la elegancia esbelta de su clara inteligencia y el garbo sereno de sus nobles sentimientos.

Esa inteligencia y esos sentimientos han dictado el rumbo de su bienestar y han redundado en la de muchos otros: su entrega leal y sin fingimientos lo han hecho más íntegro y más admirable. Reconocer su trayectoria es reconocer un trozo de la vida común y evocar las condiciones de otros tiempos más inciertos aunque, posiblemente, más apasionantes que los actuales. Unos tiempos hermosos, en cualquier caso.
[1] Nacido en Constantina, provincia de Sevilla, el 23 de Febrero de 1933 está casado y tiene seis hijos. Es Catedrático de Historia de Enseñanza Media Ha sido Delegado Provincial del Ministerio de Educación y Ciencia, en Cádiz; Director de Museos Arqueológicos y Bellas Artes (1965-1968) y Director del Centro Regional de la Universidad Nacional a Distancia (1973-1976). Cursó la carrera de Filosofía y Letras en la Universidad de Madrid, habiendo obtenido la licenciatura en Geografía e Historia. Miembro de la Real Academia Provincial de Bellas Artes, del Instituto de Estudios Gaditanos y de la Cátedra Municipal "Adolfo de Castro".Posee la Encomienda de Alfonso X el Sabio. Es autor de varias obras, entre las que destacamos Aproximación a la España Visigoda; Los Godos en el poema de Fernán González; La crisis de la Burguesía Mercantil Gaditana; La Revolución de 1868 en Cádiz y Paisaje Tan mi Voz (poemas).

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