lunes, 2 de junio de 2008

Matilde del Valle[1]

Matilde es una mujer despejada, afanosa y tenaz. Su temperamento -un poco anárquico y un mucho aventurero- es una mezcla de romanticismo y de pragmatismo; una síntesis de fuerza y de sensibilidad. Combina hábilmente la entrega, la abnegación, el sacrificio y la generosidad, con el cálculo, la avidez, la ambición y el disfrute de la vida. Apoyándose firmemente en cada una de las metas alcanzadas, mira el futuro con la ilusión de la joven que sabe que tiene toda la vida por delante.

“Todavía -confiesa- no estoy a la vuelta de la vida, y estoy convencida de que son muchas las cosas que tengo que descubrir”. Estudió en aquellos tiempos en los que la mayoría de las mujeres sólo aprendía las “labores propias de su sexo”; trabajó profesionalmente para lograr que su marido culminara la carrera de Medicina; renunció a su profesión de enfermera para que su esposo ejerciera como médico; y, ahora, viuda y jubilada, ha reorganizado su vida: sin necesidad de competir con nadie, se ha empeñado en cursar y en aprobar todas las asignaturas pendientes de la Universidad y de la Vida.

A pesar de haber sufrido un ictus cerebral y aunque tiene mermadas algunas de sus facultades físicas, estudia Literatura, Historia, Geografía, Filosofía y Arte; lee y escribe; viaja, navega y vuela. Confiesa que busca -ya sin agobios- más que la ciencia, la sabiduría y, más que la erudición, la serenidad de la madurez. Ahora, tras las múltiples experiencias vividas, no es que pretenda regresar a juventud, sino que se ha vuelto más exigente y más selectiva: elige libremente todo lo que de verdad, le gusta o le atrae, y desecha, sin pesadumbre, lo que no le importa o no le interesa.

Ha perdido muchos miedos e inhibiciones y se siente, si no invencible, sí más asentada, más segura y más dueña de sí misma. Le preocupa más la calidad que la cantidad de la vida. Tras saberse sobreponer a situaciones personales y familiares difíciles, se ha propuesto vivir con intensidad la época de la seguridad, de la estabilidad y de la tranquilidad personal.

Mujer de ideas claras y de mano firme, mira el pasado con gratitud pero sin nostalgia. La vida le ha endurecido la piel y le ha ablandado el alma. Sin necesidad de renunciar a ninguna de las competencias femeninas, es una de esas mujeres que contradicen la ancestral leyenda del sexo débil; nunca se arrugó cuando tuvo que competir con hombres ni tampoco sintió la tentación de luchar contra ellos para derrotarlos. Prefirió jugar el papel de camarada, compañera, cómplice, amiga y consorte. Esta mujer, libre y activa, constituye una ilustración de la posibilidad de cambiar de modelo de vida femenina sin estar hecha de la pasta de los héroes ni ungida con la gracia de los elegidos.

Es una muestra de otras muchas mujeres que, en la actualidad, pese a los prejuicios ancestrales y en contra de las atávicas convenciones, adoptan actitudes y asumen comportamientos más libres, más justos y más humanos. Ni su sexo, ni su edad ni siquiera sus limitaciones físicas le han podido frenar sus diversos e intensos apetitos ni, mucho menos, le han invalidado sus ansias de vivir.


[1] Nació en Cádiz el 24 de octubre de 1922. Estudió la carrera de Ayudante Técnico Sanitario y el año 1950 contrajo matrimonio con el Médico Psiquiatra Antonio Fernández con el que tuvo una hija que también lleva el nombre de Matilde. Tiene tres nietos llamados Marta, Javier y Beltrán.

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