domingo, 12 de octubre de 2008

Sebastián Hernández Guerrero



Sebastián Hernández Guerrero

Desde aquel día en el que, a sus trece años, observó la expresión de un anciano a través del visor de una cámara fotográfica, Sebastián advirtió que su mirada limpia, respetuosa y cariñosa, no sólo descubría dimensiones nuevas a los objetos, sino que, también, confería belleza, vigor y, a veces, vida a las realidades que, al resto de los mortales, nos parecían anodinas.

Desde ese momento auroral sintió que era fotógrafo: que, gracias a la singular capacidad de su mirada, podía detener el movimiento, conservar los gestos y eternizar los momentos. Descubrió que el mundo y la vida se explicaban por los permanentes y por los cambiantes contrastes de las luces y de las sombras, por el juego polícromo de las luchas y de los quehaceres cotidianos. Comprendió por qué, desde su más tierna infancia, respiraba con especial intensidad los aires transparentes de los amaneceres y por qué disfrutaba con singular placer con los tonos suaves de los crepúsculos.
Desde entonces, se dedicó a observar -con su mirada limpia, atenta, respetuosa y cariñosa- detalles nimios para leer los mensajes que encerraban en el fondo íntimo de sus entrañas. Porque él está convencido de que “todas las cosas tienen entrañas y almas, todas hablan y lloran, todas se alegran y te agradecen que te fijes en ellas”. Por eso, gasta las horas y las horas en, simplemente, mirar. Bueno... en mirar, en conversar y, sobre todo, en escuchar. Y es que, en el fondo, todos los seres son agradecidos. “¿No te has dado cuenta -me pregunta- que, cuando una brizna de hierba, un perro vagabundo, un anciano abandonado o un niño caprichoso comprueban que te fijas en ellos, te responden con una cómplice y agradecida sonrisa?”
Sebastián guarda, en el archivo íntimo de su memoria, una nutrida colección de imágenes en blanco y en negro, con las que, ensimismado, alimenta sus dilatados momentos de agradecida meditación.
Cuando, con paso seguro, transita por el borde del Campo del Sur o del Paseo Marítimo, repasa con atención una a una las páginas amarillentas del álbum que reúne esas sucesivas instantáneas que, a lo largo de medio siglo, ha ido repitiendo de los rincones, de los episodios y de los personajes gaditanos. Con cámara o sin ella, sigue interpretando mensajes inéditos de los mismos paisajes y captando sorprendentes expresiones de rostros familiares anteriormente retratados.

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