domingo, 12 de octubre de 2008

Cristina Tejera





Cristina, para sentirse feliz y para estar contenta, no necesita de los escaparates ni de las vitrinas. Para estar bien consigo misma, prefiere saborear los alicientes de las experiencias íntimas y concentrarse en las tareas interiores de su espíritu, en los quehaceres familiares y en las faenas de su hogar. Está convencida de que las acciones nobles, las actividades dignas, los asuntos importantes y los trabajos valiosos, no se miden por el volumen de las exclamaciones con las que se proclaman: no requieren los amplificadores de la propaganda, ni las cajas de resonancia de la publicidad.

Ella, que es discreta y juiciosa, prefiere alojarse en la calma de las prácticas habituales y en el fondo de esas experiencias cotidianas que nutren su espíritu. A ella -que es cuidadosa y minuciosa- los pormenores de la existencia humana le llenan, mucho más que los acontecimientos extraordinarios; más que los actos solemnes, le satisfacen las reuniones familiares. Disfruta, sobre todo, con esas ocupaciones humildes que, para otros, son rutinarias y aburridas: le gustan, por ejemplo, limpiar el pescado, barrer y hacer punto. Y es que tengo la impresión de que carece de las vanidades -tonteras y pamplinas, dice ella- que son tan normales en la mayoría de los seres humanos. No concibe la vida como un espectáculo y, por eso, rehuye la exhibición y rechaza los aspavientos; antepone las pequeñas alegrías de la vida cotidiana a las grandes emociones de los acontecimientos importantes.

Pero, aunque de manera apacible y serena, construye su vida por dentro, no es una mujer ensimismada sino que, por el contrario, está más atenta a los demás que a ella misma. Algunos tienen la impresión de que está algo despistada, pero ella, discreta y reflexiva, observa detalladamente la realidad que le rodea y está pendiente de cada palabra, de cada gesto y de cada expresión, para responder sólo en el momento oportuno y en la ocasión propicia. Controla con habilidad sus reacciones y administra con destreza sus opiniones. Es especialmente sensible a los síntomas que delatan una preocupación y a las señales que descubren un sufrimiento.

Paciente, esperanzada, tolerante y compresiva, tiene plenamente en cuenta las asperezas del mundo pero, apoyada en el caudal de conocimientos prácticos que ha ido sedimentando a lo largo de su vida, mira los cambios con tranquilidad, sin permitir que la ahoguen la ansiedad, la impaciencia o la nostalgia. En las conversaciones Cristina -que nunca alardea ni se queja- nos inspira una sensación de paz, de alivio y de aplomo.

Con la ingenuidad aparente de sus afirmaciones y con el control real de sus emociones, con sus silencios, con sus pausas y con sus palabras -emitidas siempre en un tono confidencial- crea un confortable clima de cordialidad que facilita la comunicación, el entendimiento y la amistad. Esta mujer buena, sencilla y cariñosa, busca más la serenidad de las profundidades que los vértigos de las alturas.





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